Ya me desprendí de
esos brazos que acunaban seguridad. Ahora me siento a solas en la
penumbra a contemplar cómo van cambiando las tinieblas en la noche.
Si cierro los ojos en
calma y me concentro, puedo notar cómo serpentean mis miedos, cómo
se arrastran maquiavélicos por los huecos de mi alma.
Casi puedo sentir el
revolotear de mis sueños. Esa brisa fresca, matutina, que levantan
con su vuelo.
Pululan a placer por la
estancia nocturna. Me abandonan...
He vuelto a encerrarme
en esta oscura habitación, donde mando a callar al molesto silencio
cada noche; cada día.
Me he sentado de nuevo
en esa silla. Aprecio las hendiduras que su sombra refleja en el
suelo.
En mitad de esa
habitación, dejándome acariciar por los últimos rayos del sol que
muere a mi derecha. Sintiendo el gélido baño de la luna anciana,
pálida; luna que invade mi soledad, se cuela por los barrotes de mi
ventana para rozar mis pies.
Hace días que
desapareció mi apetito. No recuerdo la última vez que me levanté
de esa silla... Ni siquiera estoy segura de que haya salido de esta
habitación alguna vez... Quizá siempre he estado aquí, quizá soy
parte de ella desde el principio...