lunes, 19 de enero de 2015

Evocaciones






Me gusta pensar que soy el mismo de siempre.
Que mi espíritu joven no se adormece con el pasar de los años.
Pasear cada día hasta el mismo acantilado,
sentir el crujir de las piedras bajo mis pies
como si fuera la primera vez.

Notar el rumor de la brisa vespertina
recorrer mis nudillos sobre el bastón.
Escuchar el cantar del mismo gallo
una mañana sí y la otra también.

Sentarme bajo el frescor de la higuera
y saborear el fruto temprano de mi huerta.
Ver el camino perfecto que forman las hormigas
y hundir mis dedos en la tierra tostada por el sol.

Me conformo con mi simplicidad. No quiero más.

Pero, es imposible ignorar que todo tiene un fin.
Amargamente recuerdo mi solitaria mesa,
siestas rotas y la sequedad de mi boca al pedir agua fresca.
A pesar de mi cuerpo cada vez más quebradizo,
aún puedo notar mis sentimientos erosionar bajo mi piel.

Ya no percibo tu perfume en la almohada;
apenas se oye el eco de tus lejanos pasos.
Cómo penetra en mis huesos el olor a tierra mojada.
Se tiñen de sepia los recuerdos de antaño.
Ahora las sombras de las resecas ramas
gobiernan nuestra morada.

Los atardeceres eternos bañan las tejas de cobriza tristeza.



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